Las mejores historias no tienen por qué ser las más largas, ni las más divertidas, pero sí suelen tener los mejores finales. En el fondo, sucede lo mismo que en las películas, y es que puede pasar prácticamente de todo, pero el final tiene que estar a la altura.
Pero las historias que contaba Edward Bloom, desde la de un gran pez, hasta cualquier otra sobre su dilatada vida con brujas, siamesas y gigantes incluidos, no le gustaban para nada a su hijo. Y así es como comienza Big Fish, precisamente, con la historia de ese gran pez que no le gustaba para nada al joven Will Bloom.
Una película que se supone que va de un gran narrador de historias no puede más que contener una gran trama y, a la vez, estar dirigida por un experto en grandes aventuras. La gran trama de Big Fish nace de una novela homónima escrita por Daniel Wallace y, aunque en un principio iba a ser Steven Spielberg el encargado de dirigirla, al final fue Tim Burton quien se apropió del proyecto que, por cierto, le venía que ni pintado.
Sobre un mundo fantástico, pero real, Burton construye unos personajes entrañables y también muy visuales, amenizándolo todo con su ya conocido gusto peculiar, pero sin caer en los tremendismos tan oscuros como otras obras previas y posteriores. Además, la elección de Ewan McGregor, sobre todo, y Albert Finney para encarnar al genial Edward Bloom otorgan a la película un grado de confianza y cercanía que los espectadores aceptan y agradecen a la hora de vivir un cuento que parece irreal pero que, repito, no lo es.
A éstos les acompañan en la pantalla estrellas de gran nivel, como Jessica Lange, Billy Crudup, Helena Bonham-Carter, Marion Cotillard o Steve Buscemi. Todos ellos tienen su pizca de importancia, como suele resultar en estas aventuras en las que un protagonista suele rodearse de muchos personajes, sin restarle un ápice de importancia a cada uno de ellos. Pero esto sólo es, en el fondo, un fiel reflejo del estilo de vida y la generosidad de nuestro protagonista, Edward Bloom, que comparte su historia con todos, los que participan en ella activamente y los que, simplemente, asistimos atónitos a la función.
Y sólo estos últimos somos capaces de valorar en su justa medida el conjunto de la obra, que, en la humilde opinión del Pelicultista, no deja de ser una de las películas más bonitas que se han hecho en los últimos años, e incluso décadas. Y esto es, simplemente, porque sin ser la más cara, ni la más larga, ni la más famosa, Big Fish nos deja un sabor final que está a la altura de las mejores películas de la historia.
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