Canción de cuna para un cadáver se define como un drama sureño. Bien, así empieza, con los primeros minutos tirando a telenovela, que parece que va a ir de intrigas románticas, o de culebrones familiares muy reñidos. Además, después de ese comienzo, vienen unos bonitos títulos de crédito con aire televisivo. Toma ya, qué más. No pasa nada, tranquilos, que rápidamente nos dan el golpe.
Casi mejor así, que el comienzo no dé realmente pistas de por dónde va a salir la película, porque las sorpresas inesperadas son las que más y mejor se agradecen. Así que muchas gracias, Robert Aldrich, por lo que nos das a continuación.
Y esto, lo que viene a continuación, es una historia más o menos enrevesada de asesinatos, misterios, miedos, e investigación periodística. Pero lo que más está presente es la locura. Porque locura es lo que padece Charlotte (Bette Davis), y es lo que le hacen padecer, tanto los vecinos y conocidos, que la condenan por la muerte de su antiguo amor, como su amigo Drew (Joseph Cotten) y su prima Miriam (Olivia de Havilland). Pero no vamos a desvelar aquí demasiado del argumento. Porque, aunque la historia parezca enrevesada, los giros del guión están lo suficientemente claros como para que no nos perdamos un ápice de la trama. Y es que los dramas sureños siempre acaban yendo de amores, tierras, dinero, etc. Pero hay maneras y maneras de contarlo.
La dirección de Robert Aldrich en Canción de cuna para un cadáver
También hay maneras y maneras de interpretarlo y dirigirlo. De esto, de dirigir, Aldrich da aquí una lección de los espacios y los movimientos, manejando a la perfección los lugares y los recovecos de la magnífica casa donde vive Charlotte, que da muchísimo juego al ambiente que se transmite. Pero lo que a muchos se les va a quedar en la mente es la maravillosa Bette Davis, que vuelve a sacar aquí su genialidad como actriz, en un papel que puede asemejarse al de Baby Jane, pero con matices más entrañables, a la vez que empáticos. Porque, en un punto de la película, los espectadores nos acabamos volviendo locos a la vez que ella, y no sólo porque nos cueste entender lo que le sucede, sino porque ella misma se hace querer, a pesar de estar fuera de sus casillas. Tanto hablar de Bette, que se nos olvidan Joseph, Olivia e, incluso, la cuarta en discordia, Agnes Moorehead, que hace el papel de la leal Velma. Todos ellos suponen un cuarteto de lujo.
Y qué decir de la banda sonora, tan atinada que llega un momento en el que uno puede llegar a temblar al son del suspense musical que impone. No molesta, ni distrae, sino que ayuda a sentir lo que queremos de una película como ésta: ser uno más dentro de la historia, aunque inconscientemente sepamos que seguimos fuera, protegidos y aislados de lo que ahí pueda pasar. Y la cumbre, esa nana, para que la dulce Charlotte se calle y se duerma, cantada por Joseph Cotten, no tiene precio.
Pues sí, Canción de cuna para un cadáver es una película de las que se disfrutan por lo mucho que ofrece y lo poco que pide. De hecho, lleva cincuenta años sin pedir la fama y la consideración que se merece, pero los aficionados al cine y, especialmente, los aficionados a descubrir pequeñas joyas, sabrán apreciarla en su justa medida. Por lo tanto, no me queda más que repetir: muchas gracias, Robert Aldrich. Hasta el final, con Charlotte montada en el coche, sabías bien lo que hacías.
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