Conecté con El luchador (The Wrestler) de una manera muy especial. Había unas cuantas cosas alrededor de ella que me atraían. Su director, su reparto y su temática, principalmente. Pero nunca habría esperado que me gustara tanto. Caso extraño, porque las expectativas son tan dulces como peligrosas.
¿De qué va El luchador?
Randy “The Ram” Robinson es una antigua estrella de la lucha libre. Un tipo musculoso, bronceado, con el pelo largo y decolorado, y casi siempre con ropa que a la mayoría nos haría sentir un poco incómodos. Te lo podrías imaginar junto a Hulk Hogan, Mr. Perfect o Macho Man “Randy” Savage, que fueron otros tipos musculosos que invadieron la televisión entre finales de los ochenta y principios de los noventa.
Esos luchadores eran auténticas estrellas, como los deportistas y los actores de primer nivel. De hecho, eran una mezcla extraña entre unos y otros. En lo que se refiere a deportistas, porque su actividad estaba muy vinculada a la forma física. Y también actores porque, en el fondo, todo eso del wrestling era un auténtico teatro, dentro y fuera del ring.
Muchos de estos luchadores están muertos ya. Y los que quedan vivos, por desgracia, son prácticamente una parodia de lo que fueron. Algo así es lo que nos llega de Randy “The Ram” en El luchador. Un auténtico perdedor que, antes de la caída final, intenta arreglar alguna de las cosas que rompió cuando estaba en lo más alto.
Un reparto insuperable
Las cámaras apuntan casi siempre a Mickey Rourke, Marisa Tomei y Evan Rachel Wood. Sus personajes son los protagonistas de esta historia, sobre todo los dos primeros, y aunque no son los mejores actores del mundo, son los mejores actores para esta película. No me puedo imaginar –ni quiero– a nadie que encaje mejor que ellos en sus respectivos papeles.
Lo de Mickey Rourke, no solo porque físicamente encaje a la perfección con ese tipo de antiguo luchador pasado de bótox, esteroides y decolorantes capilares, sino porque hay algo en su carrera que parece recordar a Randy. ¿Quién no recuerda lo alto que apuntaba Rourke en los 80 y lo mal que le fue en las décadas siguientes? La verdad, no quiero ni imaginarme qué habría sido de esta película si Rourke no hubiera aceptado. Solo se me ocurre a Roddy Piper como buen candidato, aunque sé que Nicolas Cage estuvo a punto de hacerse con el papel antes de que Rourke se implicara del todo y que a Aronofksy se le llegó a pasar por la mente la idea de contratar a Sylvester Stallone.
En cuanto a Marisa Tomei, es de las pocas capaces de transmitir de un modo tan natural la ternura y la lástima que su personaje requieren. Y digo de un modo tan natural porque hay algo que me lleva a pensar que su mirada real no se aleja demasiado de esta tan compasiva que luce en la peli.
El luchador que lo ha perdido (casi) todo
Las historias de luchadores y perdedores suelen funcionar muy bien en el cine. Podría hacer una buena lista con películas que van de este tipo de personajes, ya que tanto sus propias características –las tópicas y las no tan previsibles– suelen ser interesantes. Pero también lo son todas las circunstancias alrededor de ellos.
Se me viene a la cabeza algún clásico como Cowboy de medianoche (Midnight Cowboy. John Schlesinger, 1969) o, mucho más similar a esta en todos los sentidos, la fantástica Fat City. Ciudad dorada (John Huston, 1972).
Pero no por elegir a un perdedor como protagonista se tiene la película resuelta. Randy es consciente de lo que le pasa como alguien al que se le ha detectado una enfermedad terminal y asume lo que le queda de vida como la oportunidad para redimir sus pecados personales y seguir luchando por todo aquello que le hace feliz. Por cierto, todo aquello es, simplemente, subirse al ring. Y de esto es de lo que Darren Aronofsky sabe sacar un gran partido.
El toque de Aronofsky
No puedo decir que Darren sea mi director favorito. Tiene joyas supremas, como Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream. 2000), pero también alguna otra a la que no he sido capaz de sacarle el néctar, como La fuente de la vida (The Fountain. 2006).
La cosa es que aquí parece que tuvo clara la idea desde el principio. El estilo de grabación tan poco formal, tal vez motivado por el bajo presupuesto, ayuda mucho. Esas escenas en el supermercado son un claro ejemplo. También lo son todas las rodadas en los suburbios de Nueva Jersey, que dan una sensación de austeridad muy coherente con los pocos recursos disponibles por el protagonista. Es normal, está en horas bajas y todo lo que hay a su alrededor es cutre. De hecho, es cutre hasta el modo en el que se maquea para salir al ring. Lo bueno es que resulta eficaz, y lo mejor es que Rourke y Aronofsky se las arreglan para transmitir vergüenza y resignación. Y es que, en el fondo, cualquier cosa sirve con tal de poder subir al ring.
Lo que dijo la crítica de El luchador
A pesar de que contara con poco presupuesto, y a pesar de que tuviera en primera línea de cartel con un actor que todavía no había recuperado del todo su prestigio, El luchador se ganó pronto el crédito de la crítica especializada y del público.
Aronofksy supo atraer las miradas que más le interesaban de un modo muy inteligente. Y aunque su anterior película no había sido ningún éxito, aún mantenía el crédito ganado por las primeras.
La crítica especializada cayó rendida al encanto y al acertado estilo que impregnó Aronofsky desde la dirección. Una cámara tan cercana e imprecisa como la cabeza del protagonista, hacía que todos se implicaran mucho más en lo que estaba sucediendo en la pantalla. Así fue lo que dijo gente tan cercana al mundo del wrestling como Vince McMahon o el propio Roddy Piper, que llegó a emocionarse cuando asistió a un pase de la misma.
Las interpretaciones de Rourke y Tomei fueron reconocidas en múltiples festivales, aunque fue él quien más y mejores premios se llevó, entre ellos el Globo de oro y el BAFTA.
Ahora que ya ha pasado más de una década desde su estreno, puedo decir que El luchador sigue siendo mi película favorita de Aronofksy. Es la que más y mejor me ha transmitido su mensaje y es la que me ha llegado a conmover con mayor intensidad.
Puede que el carácter perdedor de Randy “The Ram” sea clave, como lo son muchos de estos personajes, y también la nostalgia hacia esa infancia en la que los combates de lucha libre aparecían en la tele en los mejores momentos de la semana.
Muchos dirán que no pueden evitar sentirse identificados con un personaje así, empujados por el miedo al fracaso que a tantos nos atenaza, al menos durante alguna época de nuestra vida. Pero como no resulta tan agradable y el masoquismo cinematográfico tiene sus límites, quiero pensar que lo que de verdad atrae de esta película es su valentía y su honestidad.
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