Fat City es como un golpe frontal, como un puñetazo de esos que te asestan cuando menos te lo esperas. Sí, porque va de boxeo, pero porque también va de lo dura que puede ser la vida y lo mucho que hay que currárselo en todo momento.
John Huston se marca aquí una película muy directa que, sin contemplaciones, te va dando golpes como si fueras tú el que está en el ring. Pero no, estás en el sofá, viendo como los recibe el protagonista y tú sin enterarte. Y luego quieres salir de ese letargo y crees que te has levantado, aunque es una visión demasiado subjetiva.
Todo el mundo sabe que sigues ahí tirado, en la lona, y que seguirás mucho más allá de la cuenta hasta diez.
El paraíso en la Tierra
Fat City es una expresión que significa algo así como un buen lugar al que ir. Además, es un apodo por el que muchos conocían a la ciudad de Stockton. Pero, en realidad, ésta es una ciudad gris en la que parece que no hay espacio para los optimistas ni para los triunfadores. Una ciudad en la que lo único que puede haber es derrota y fracaso, y la ilusión es absolutamente vana.
Si algo bueno tenía John Huston es que sus personajes eran como sus hijos. Los conocía al dedillo y sabía cómo tratarlos y cómo mostrarlos. Es labor de un director sacar el máximo partido a los actores, y estoy seguro de que aquí nadie podía haberlo hecho mejor. Ver a Stacey Keach, Jeff Bridges y Susan Tyrrell en la pantalla aquí es sentir cómo tres absolutos perdedores se pasean desprendiendo su aroma a sudor, alcohol, tabaco y derrota sin darse cuenta de ello.
Porque, por muy buenos que sean los actores, tienen que ir acompañados de otras cosas para llegar a estas cotas. Sin duda, esa dirección que, desde el primer momento, nos deja ahí tirados, en un escenario tan triste como apagado, sin ánimos de alegría, con un ambiente que, si no estaba repleto de contaminación en el aire, lo estaba de contaminación anímica, ésa que respiras con la vista y se te inserta en el cerebro hasta volverlo tan gris como ella.
Fat City, ciudad sin alternativas
Desde el primer momento en el que nuestros dos protagonistas se encuentran, en ese gimnasio enorme, nos damos cuenta de que no hay alternativa. Tully (Keach) va a entrenar solo y se encuentra a Ernie (Bridges) allí en solitario. No hay alternativa, se fija en él y, cuando ve cómo golpea, tampoco ve otra opción que recomendarle un entrenador. Y Ernie acepta porque tampoco tiene alternativa. No hay nada mejor que hacer. No ha boxeado nunca, pero eso da igual.
A partir de aquí, es todo un cúmulo de fracasos porque, en realidad, esto es lo único que se puede hacer: fracasar. Ernie recibe una buena tunda, al igual que sus compañeros, pero tampoco parece importarle demasiado a nadie. Todo es tan deprimente en sus vidas que la derrota en el ring entra dentro de lo natural y previsible.
El realismo más triste, culpable de su fracaso
La realidad puede ser cruel muchas veces y, aquí, el tema del fracaso, le devolvió la bofetada a John Huston. Las películas con estas temáticas tan deprimentes, sin posibilidad de optimismo ni de victoria, no suelen funcionar en taquilla. Y Huston retrató tan bien ese aura de caída a los infiernos que la crítica se cebó con ella por ser, precisamente, eficaz en su mensaje.
De hecho, la decadencia conseguida por la dirección se ve hasta en la pelea en la que Tully se enfrenta a Lucero, intepretado por un irreconocible Sixto Rodríguez al que nunca nos habríamos imaginado en tal menester.
El lugar actual de Fat City
Vista hoy en día, son muchos los aspectos de Fat City que sí se valoran positivamente. En primer lugar, esa fuerza con la que Huston nos sumerge en una ciudad verdaderamente triste. La foto no tiene compasión y los personajes de bajas aspiraciones se apoderan de la mente del espectador como un virus que va atrapando cada vez más partes del cuerpo de su víctima.
Ese aroma al cine urbano tan frecuente en los primeros setenta, del que también hace poco repasé Needle Park, encaja a la perfección con la historia y los personajes. Personajes que, por cierto, marcan mucho y dejan poso, sobre todo el interpretado por Keach, que obtuvo distintos reconocimientos gracias a este papel.
Pero, por mucha decadencia y fracaso que nos pinte Fat City, es tan sentida y tan sincera que, en realidad, no terminamos por percibirla como ese directo al rostro con el que comenzaba, sino como ese choque de puños que te da el rival deportivo al finalizar la contienda.