la vida de los otros

La vida de los otros

Parece que fue ayer cuando se estrenó La vida de los otros (Das Leben der Anderen. Florian Henckel von Donnersmarck) y ya han pasado unos cuantos años. Digo que parece ayer porque tengo muy frescas las impresiones que me produjo su primer visionado y porque también recuerdo las firmes alabanzas que recibió este film en aquellos meses de 2006 y 2007.

No es fácil encontrar una película que suscite esa unanimidad y, aunque no todas las críticas la tildaban de obra maestra, era difícil encontrar una nota negativa. Y esto es algo que sigue sucediendo hoy, casi tres lustros después de su estreno en Alemania, tanto por los que la vimos entonces y la tenemos bien reflexionada como por aquellos que la ven por primera vez.

Así que, aquí me lanzo, a explicar cuáles son los motivos por los que yo creo que La vida de los otros merece mucho la pena y va a permanecer en el tiempo durante unos cuantos años y décadas más.

El argumento de La vida de los otros

En la República Democrática de Alemania, el gobierno mantiene un férreo control sobre las opiniones políticas de su población y sobre los ciudadanos disidentes. Para ello, cuenta con un potente cuerpo de policía secreta, conocida como la Stasi, formada por los más implacables agentes del gobierno.

Uno de estos agentes es el capitán Gerd Wiesler (interpretado por Ulrich Mühe), que se dedica en cuerpo y alma a su trabajo, como un auténtico fanático. De hecho, además de espiar la vida de los otros en las misiones que le encargan, también da formación a futuros agentes de la Stasi.

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Al ser uno de los mejores agentes del cuerpo, le encargan una misión muy importante: vigilar al escritor teatral Georg Dreyman (intepretado por Sebastian Koch). Pero esta misión resulta un poco extraña. Dreyman nunca se ha mostrado ni crítico ni rebelde contra la RDA, como sí lo eran otros autores, por lo que su vigilancia no parece tener mucho sentido.

El problema es que Dreyman es la pareja de la actriz Christa-Maria Sieland (Martina Gedeck) y el ministro de cultura de la RDA, Bruno Hempf (Thomas Thieme), se ha encaprichado de ella. Esta incongruencia hace que Wiesler dude a la hora de aceptar el trabajo, pero su superior Anton Grubitz (Ulrich Tukur) termina por convencerle bajo la promesa de un suculento ascenso en caso de conseguir sacar algo sucio de Dreyman.

Así, Wiesler comienza a espiar la vida del escritor y de la actriz, día y noche, a solas y con amigos, con el único objetivo de encontrar algo que pueda servir a sus superiores para meterle entre rejas. Pero pronto su férrea vocación se va ablandando y dejando paso a sus sentimientos más humanos.

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La Alemania que espiaba la vida de los otros

La Alemania que se describe en La vida de los otros es una Alemania que a muchos nos suena lejana en el tiempo, en la distancia y en las posibilidades de sufrirla. Pero no está tan lejos. Para los germanos y para muchos otros espectadores de distintos países, La vida de los otros muestra una realidad que muchos vivieron y que, ahora, se entristecen por haber aceptado. Pero la verdad es que no tenían muchas alternativas.

El poder del estado puede ser implacable y, cuando cuenta con gente tan vocacional como el capitán Wiesler, parece invencible. El miedo al ostracismo, a la ruina o a que cualquier desgracia pudieran acechar a los seres queridos hacían que la gran mayoría de los ciudadanos no se arriesgaran y tragaran con todo.

En estas condiciones, sin libertad ni para desplazarse a otro país para vivir, es normal que surgieran comportamientos como el del ministro Hempf. Los poderosos, en estados totalitarios, se sienten intocables, pero conocen la verdad. Y los que les facilitan ese poder, muchas veces vocacionales, cambian su actitud cuando la descubren.

A Wiesler le toca descubrirla cuando cumplía con una misión que, ya de primeras, sonaba extraña. Pero es esa injusticia y esa corrupción la que le hace cambiar su modo de pensar y de sentir y, en lo que a la historia y a la película se refiere, lo que permite su evolución. Así es como la historia avanza, al ritmo de su conversión.

Un personaje solitario en un país gris

En un sistema como el de la RDA, para progresar, había que entregarse en cuerpo y alma a la causa. Eso es lo que hace nuestro protagonista, cuya entrega a su trabajo y a su país es tal que no tiene tiempo para otra cosa. También se puede ver desde el punto de vista opuesto; si tienes fe en la causa y te entregas a ella, no necesitas ninguna otra cosa.

Esa necesidad de relacionarse es algo que se ve de modo meridiano en la escena de Wiesler con la prostituta. Además de la pasión, lo que él demanda es compañía. Y esto es uno de los puntos que le hacen sentirse necesitado de cosas que el estado no le puede proporcionar.

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Pero, además de lo bien descrita que está la soledad del protagonista, hay que añadirle otros detalles que hacen que la escena sea más creíble y, a la vez, impactante sobre el espectador, aunque sea de un modo muy sutil.

Cualquiera que haya ido a Berlín en los años posteriores a la caída del muro, habrá notado una diferencia en la arquitectura y, sobre todo, en el colorido de las dos partes de la ciudad. El Berlín de la RDA resulta más frío, más impersonal, más gris. Calles, edificios y, en la película, hasta el mobiliario de los espacios interiores o la ropa de los personajes.

La vida de los otros, lenta y ágil a la vez

Entre las sentencias que he leído sobre esta película a modo de crítica negativa, predominan las que la tachan de lenta y reposada. No voy a negar lo evidente. En La vida de los otros no hay persecuciones, ni hay tiroteos, ni escenas de tensión que lleven al límite las uñas de los espectadores.

Pero no se hace lenta. Al contrario, creo que es una película cuyo guion y cuya dirección hace que resulte ágil y entretenida desde el primer momento. Una de las claves es su comienzo tan directo. En los diez primeros minutos, tenemos bien claro todo. No solo eso, sino que también tenemos claro que nos interesa saber cómo va a continuar.

Lo mejor es que la película va siguiendo la evolución anímica y sentimental del protagonista. Un protagonista que comienza, a diferencia de otras grandes historias, en el lado equivocado, para terminar en el lado correcto. Se redime, desde un comienzo muy inclinado hacia un lado, para llegar a otro que no significa lo opuesto, pero sí algo con lo que todos nos podemos sentir identificados.

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Es una evolución complicada, porque se parte de una base dura, con unas raíces enquistadas profundamente. Pero la mano de Donnersmarck, que no hemos visto nunca más, consigue engancharnos sin forzar ni engañar, hasta el final. Pasan dos horas sin que nos demos cuenta porque el arco del personaje está tan bien construido y justificado que nos parece lógico y defendible.

Más de dos horas sin momentos de acción, sin un montaje trepidante ni una música que nos haga latir más rápido. Aún así, más de dos horas que pasan volando viendo La vida de los otros. Que nadie se lleve a engaño, porque no es una película lenta ni durmiente.

Recepción y crítica de La vida de los otros

Ya lo dije al inicio: La vida de los otros tuvo una recepción muy positiva y la mayoría de las críticas la trataron de maravilla. Es una película clara, directa y honesta. No hace trampas ni en su planteamiento ni en su resolución y, sin destripar nada de ella, tiene uno de los finales más elegantes de la historia del cine reciente.

En lo que se refiere a reconocimientos en festivales y certámenes internacionales, tampoco se puede decir que le haya ido mal. Además del Oscar a Mejor película de habla no inglesa de 2007, se llevó otros muchos reconocimientos. En los Premios del cine alemán, arrasó en su año. También triunfó en los BAFTA, en los Cesar y en los David de Donatello.

En cualquier caso, el mayor logro de La vida de los otros, insisto, es permanecer, años después de su estreno, como una de las mejores películas del siglo XXI y, más aún, como una lección de historia difícil de igualar.

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Para los espectadores de cierta edad, sirva para recordar algo que no queremos volver a ver ni de lejos. Y para los cinéfilos más jóvenes, como ejemplo de un modo de pensar y vivir que solo conlleva desgracias.

La vida de los otros, mañana, puede ser la nuestra. Que el cine sea, por una vez, algo más que arte y entretenimiento. Con esta película puede ser, como solo sucede con unas pocas, lección de vida.

Otras películas sobre la RDA

La vida de los otros no es la única película sobre la RDA que merece la pena ver. Si te gusta el tema y quieres descubrir otros títulos de gran calidad, aquí tienes una lista con películas sobre el muro de Berlín. Y si quieres comentar, aportar o debatir, lo puedes hacer en esta misma página o escribiéndome en Twitter.


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Comentarios

2 respuestas a «La vida de los otros»

  1. Avatar de Norma Silberman
    Norma Silberman

    Buenísimo lo de recomendar peliculas,cualquier manifestación artística, me encanta

  2. Avatar de María Ignacia Ruiz López
    María Ignacia Ruiz López

    Excelente análisis y descripción de está buenísima película! La vi hace años cusandome enorme repercusión

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