Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette) es una película dirigida por Vittorio de Sica en 1948, y está considerada como una de las máximas referencias del cine europeo de posguerra, sobre todo dentro de la corriente llamada neorrealismo italiano, y también una de las obras cumbres en la historia del cine mundial.
Ladrón de bicicletas no nos cuenta una historia extraordinaria, sino una historia cotidiana, sencilla y muy cercana a la realidad que se vivía por aquellos años en una Roma muy empobrecida tras la guerra y con una escasez de bienes y trabajos enorme. Por eso, nuestro protagonista, Antonio, sube a la cumbre cuando consigue un trabajo para pegar carteles publicitarios y, rápidamente, baja al fondo cuando le roban la bicicleta que con tanto esfuerzo había conseguido y que es imprescindible para ejercer su labor.
La maestría con que guión y dirección nos hacen sentir cerca de las situaciones retratadas, a través de miradas y sentimientos muy subjetivos, y alejándose de cualquier elaboración artística o, incluso, de actores profesionales, supusieron la cumbre del realismo, o neorrealismo si preferimos, que se estaba poniendo de moda en los años cuarenta en el cine europeo.
Pero la película, tan real como la vida misma, lo cual se agradece ahora desde el punto de vista del espectador, golpeó fuerte entre el público italiano, que la vio como una interpretación negativa y pesimista del momento que estaban viviendo, en lugar de la alegría que muchos de ellos buscaban en un entretenimiento y una evasión como es el cine. Como anécdota curiosa, cabe decir que en su distribución española durante el franquismo, se recortó alguna escena y también se modificó el final, añadiendo una voz en off que dulcificaba la conclusión original de la película y le daba un ñoñísimo mensaje cristiano que, hoy en día, podría hasta parecer una broma gamberra.
A pesar de esto, la crítica especializada, sobre todo en otros países, sí que apoyó el resultado que buscaba de Sica, y Ladrón de bicicletas obtuvo numerosos premios en festivales internacionales, además de influir directamente en muchos films y directores en los años siguientes.
Vaya por delante que considero a «Ladrón de bicicletas» como una obra maestra impermeable al paso del tiempo. Aunque entre las numerosas obras conjuntas de Zavattini-De Sica, prefiera «Umberto D», en mi opinión una de las 50 mejores películas de la Historia del Cine. Y ahora, misterioso Pelicultista, te voy a proponer una disgresión y luego una pequeña referencia histórica.
Un caso concreto: Las conexiones entre Ladrón de bicicletas y Bienvenido Mr. Marshall
Cualquier aficionado y/o estudioso que lea esto puede pensar qué tienen que ver una película dura y de denuncia social como Ladrón de bicicletas con una comedia de corte costumbrista popular como Bienvenido Mr. Marshall. Para empezar, el contexto de ambos países tiene semejanzas en ese momento, pues los dos viven sendas etapas de pobreza, más aguzada en el caso italiano por estar en plena posguerra pero igual de triste que en España. Así, las dos cintas abordan como tema base aspectos sociales sobre personas de las habitualmente consideradas como poco comerciales por los grandes magnates de la industria, constituyendo otro punto en común: un trabajador que necesita su bicicleta para poder trabajar y al que se la roban y un humilde pueblo español que recibe la noticia de que los norteamericanos (es decir, el progreso, la riqueza) van a parar allí dentro del plan Marshall. En las dos obras hay crudeza, si bien más explícita en la película italiana y más disimulada en la española pero no por ello menos amarga, pues en ambas queda ese poso de derrota e impotencia; una clara metáfora sobre el desinterés de los altos mandatarios por las gentes humildes, la diferencia entre ricos y pobres y la insolidaridad generalizada. Pero por esto los dos directores no rehuyen la ternura hacia sus personajes, representada en el primer caso en el niño que acompaña a su padre en la búsqueda de la bicicleta, y en la ingenuidad del pueblo de Villar del Río con los sueños de la población en el segundo.
El neorrealismo italiano: unos apuntes
El llamado neorrealismo, así bautizado por el crítico y profesor del Centro Sperimentale di Cinematografia Umberto Barbaro en 1943, surge en un momento muy concreto de la historia italiana. El país se encuentra inmerso en la Segunda Guerra Mundial, tras la cual concluye el gobierno dictatorial de Benito Mussolini, quien lleva en el poder desde 1922. Es el fin de una época y el neorrealismo nace en parte como una reacción a tantos años de dominio fascista y al cine predominante en ese periodo, el denominado “de teléfonos blancos o caligrafista”, un cine protagonizado por personajes de clase media alta, acartonado (y a veces muy interesante) y nada comprometido con la realidad. Si bien hay una serie de películas que adelantan elementos del neorrealismo, como Submarino (Uomini sul fondo, Francesco De Robertis, 1941), La nave blanca (La nave bianca, Roberto Rosellini, 1941; con guión de De Robertis, un fascista confeso), Cuatro pasos por las nubes (Quattro passi fra le nuvole, Alessandro Blasetti, 1942) y Los niños nos miran (I bambini ci guardano, Vittorio De Sica, 1943), no será hasta la aparición de Obsesión (Ossessione, Luchino Visconti, 1943) y Roma, ciudad abierta (Roma, città aperta, Roberto Rossellini, 1945) que el neorrealismo deje claros sus propuestas. Se trata de mirar de una forma nueva a la realidad, una mirada comprometida con todo lo que está sucediendo y cómo influye en la gente corriente. Así lo expone Roberto Rossellini en una entrevista publicada por Cahiers du cinéma en julio de 1954: “…Para mí es, ante todo, una posición moral desde la que se puede contemplar el mundo. A continuación se convierte en una posición estética, pero el punto de partida es moral”. Lo que prevalece es la necesidad de la reconstrucción ética de un país y el compromiso moral del cineasta con la sociedad. Dentro de ese posicionamiento moral, se pueden encontrar al menos tres tendencias de acercamiento a la realidad. El neorrealismo sentimental que representan directores como Renato Castellani, Pietro Germi, Alberto Lattuada, Luigi Zampa y, especialmente, Vittorio De Sica. Una segunda corriente es la línea dura llevada a cabo por cineastas marxistas como Luchino Visconti, Giuseppe De Santis o Carlo Lizzani. La tercera se denominó «neorrealismo rosa» y tuvo como máximo valedor al hoy olvidado, y sin embargo gran cineasta y documentalista, Luciano Emmer («Domingo de agosto», «Tres enamoradas», «Paris siempre Paris»).
Pues sí, lleva usted mucha razón al comparar ambas películas, ambas obras maestras y, me temo, la española mucho más desconocida en ámbitos internacionales. Pero así son los italianos, saben vender mejor.