Hay películas que están tocadas por una mano divina, o por un momento mágico de sus creadores, y que suben rápidamente al olimpo cinematográfico y no descienden de allí por muchos años que pasen. Las uvas de la ira (The Grapes of Wrath), que dirigió John Ford en 1940 sobre una novela también magistral de John Steinbeck, es una de ellas.

las uvas de la ira poster grapes of wrath

La historia de Las uvas de la ira

Aunque es una historia triste, contada sin prisas y deteniéndose en aspectos descriptivos que hoy se suelen suprimir a la hora de presentar personajes y situaciones, Las uvas de la ira desprende una belleza inherente que, plano a plano, sujeto a sujeto y acción tras acción, nos va deleitando visual y narrativamente. Es una delicia ver los cuadros que nos muestra Ford de ese territorio americano árido y despoblado, lleno de una miseria que se llega a respirar como se respira el polvo de una tierra pobre pero a la que se le coge cariño. Un cariño que no parece posible pero que va creciendo según observamos y, también, según vamos conociendo a los nacidos allí que pronto se tienen que marchar.

Y el protagonista, Tom Joad, que después de unos años encarcelado vuelve a esa tierra, porque es donde cree que tiene que estar, también siente la marcha, a pesar de que es más consciente del resto de lo dura que puede resultar la vida, sobre todo cuando faltan los recursos.

Tal vez ayude que Joad esté encarnado por Henry Fonda; un Henry Fonda que sabe a la perfección a quién interpreta, sin asustar ni imponer, con un pasado un poco oscuro, pero que llega a asombrar y a causar admiración entre el público. Su papel de héroe no es fácil, porque tiene un carácter al que no siempre le acompaña la buena suerte, aunque es cierto que tampoco le acompañan las malas acciones. Y aunque no nos cueste empatizar con él y sentirnos cómplices de lo que hace y padece, la encargada de ayudarnos en esa amistad y no sentirnos culpables de cogerle cariño es Ma Toad (Jane Darwell), su madre, que como toda madre siempre entiende y ayuda, aún cuando las situaciones se ponen tan feas como se le van poniendo a Tom, repito, sin ser del todo merecidas.

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También hay que destacar a otro personaje clave en la historia, aunque menor en su presencia, pero indiscutible a la hora de entender el tono de la película en su totalidad: Jim Casy (John Carradine), que había sido el pastor de la comunidad y ahora ya se mostraba alejado de la fe divina, intentando acercarse a la fe en la humanidad, sin nada que perder y ganar sólo el sentirse bien ayudando en lo que creía justo. Es un papelazo el que hace Carradine aquí, a la altura de los dos más presentes de Fonda y Darwell, nominado y premiada en los Oscars respectivamente.

El mismo Ford obtuvo también la estatuilla dorada, aunque no exenta de polémica, sobre todo por esa parte de la crítica y de la opinión pública que acusaba a la película de mostrarse favorable a sectores políticos de izquierdas, en una época en la que ese debate estaba en plena vigencia con la Segunda Guerra Mundial produciéndose, y con muchísimo control en un Hollywood que aún mantenía muchos aspectos de censura en sus creaciones.

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De todas maneras, esto no supuso mayor problema para que Ford siguiera dirigiendo y triunfando en Hollywood, llegando a firmar muchos clásicos más y a ganar dos veces más el Oscar al mejor director, con un total de cuatro.

Hoy en día se sigue hablando y viendo Las uvas de la ira con un respeto absoluto, como uno de los clásicos inmortales en la historia del cine, y como decíamos al comienzo, seguirá siendo así por mucho tiempo.

Un comentario

  1. Luis Betrán dice:

    LAS UVAS DE LA IRA (THE GRAPES OF WRATH).- 1940

    La indignación social de la novela de John Steinbeck constituía, con toda certeza, la mejor declaración de fe en el hombre normal, aunque vapuleado por la miseria e incluso el hambre, publicada durante toda la década de los 30. La decisión de Darryl F. Zanuck de adaptarla al cine reflejó su habilidad para los negocios y su profundo conocimiento de los gustos del público, siempre que no se fuese más allá de lo proscrito por Hays. Pero su coraje, visión y cuidadosa elección de talentos hizo que la obra de Steinbeck no fuese del todo ultrajada por Hollywood, aunque tampoco pasase prácticamente intacta al cine.

    El guion de Nunally Johnson (supervisado por el propio Zanuck) transformaba los principales incidentes del libro en una narrativa continuada, llena de interés y emoción. Aunque no conseguía mostrar claramente el entorno económico, político y social en el que se desarrollaba la acción, dicho guion ganaba en vigor y sencillez lo que perdía en amplitud y perspectiva. Johnson conservó muchos de los diálogos de la novela pero no vaciló en pasarlos de labios de un personaje a los de otro, siempre que eso favoreciera al objetivo dramático de la película.

    Tambien evitó los largos monólogos de la novela y aportó autenticidad en los giros vocales y las expresiones populares. Según el contrato firmado con el agente de Steinbeck, la película debía ajustarse fielmente a la novela.

    Sorprendentemente, por el cambio brusco del final, el escritor galardonado con el Premio Nobel (1) aprobó finalmente el manuscrito de Johnson, y estuvo en contra de que se anunciara que Tom Joad sería interpretado por Henry Fonda, actor que no gustaba a Steinbeck. El escritor se equivocaba.

    El formidable operador Gregg Toland – que asimismo trabajaría con Orson Welles en “Ciudadano Kane”, otra vez con Ford en “Hombres intrépidos” y en varios films de William Wyler – fotografió la mayor parte de la película utilizando solo luz natural. Su atrevido uso de las sombras y la oscuridad (en unos momentos en que las películas de Hollywood tenían todas unas iluminaciones claras y brillantes) sirve para acentuar el tono emocional de la película mucho más que la poca inspirada partitura de Alfred Newman. Asimismo, el uso por parte de Ford y Toland de los planos generales puntúa adecuadamente las penalidades del largo viaje, separando y ligando al mismo tiempo sus distintas incidencias. En las escenas dramáticas, su cámara desempeña un papel más activo y dinámico.

    Gracias a la sobria y eficaz dirección de John Ford, el film conserva toda su fuerza y patetismo hasta el final, y su habilidad para elegir el rostro adecuado hasta para los papeles menos importantes contribuye a dignificar la amplia galería de tipos que aparecen en la película. Henry Fonda, por su parte, es el Joad ideal y lleva a cabo una magnífica y nada sentimental interpretación, ocultando a veces su desasosiego bajo una máscara de aspereza y mal humor.

    Tras la muerte de Casy (excelente John Carradine), que encarna los valores religiosos y políticos de la cinta, Tom hereda el sentido de misión y redención del antiguo predicador; renuncia a su identidad personal para convertirse en algo así como un líder del pueblo. Como contraste la elección de Jane Darwell para interpretar a la indomable madre fue tal vez un error. La actriz interpreta de forma maravillosa y obtuvo el Oscar por esta actuación, pero su aspecto rechoncho y agradablemente maternal no coinciden con la mujer seca, entera y decidida hasta la brutalidad de la novela original. “Ma” Joad quizá habría sido admirablemente lograda por Beulah Bondi, que fue precisamente la primera actriz en quién se pensó para el tremendo personaje.

    El desenlace de esta gran película abre una puerta a la esperanza y se revela bellamente sentimental. Puro Ford – el de “Hombres intrépidos” o “Qué verde era mi valle” – pero nada Steinbeck. Y en la novela el final es un mazazo al lector. Resumiendo: “Las uvas de la ira”, producida para la Fox por Darryl F. Zanuck, es algo así como un 50% de Steinbeck y un 50% de Ford. Exactamente lo que hizo Elia Kazan, varios años después, con “Al Este del Edén”, con la salvedad de que Kazan se basó únicamente en las 70 u 80 últimas páginas de un libraco pesado, larguísimo y de una calidad infinitamente menor que “Las uvas de la ira”. Steinbeck también redactó para Kazan el guion sumamente reaccionario de “¡Viva Zapata!. “De ratones y hombres” (Of mice and men), un buen relato de Steinbeck no tuvo suerte en el cine, ni con Lewis Milestone (1939) ni con Gary Sinise (1992).

    Luis Betrán

    1) John Steinbeck ganó el Premio Nobel de Literatura en 1962. Curiosamente 50 años después de otorgado el galardón, la Academia Sueca reconoció que se le había elegido“por ser el menos malo” de los tres candidatos tenidos en cuenta ese año. Los otros dos fueron Lawrence Durrell y Robert Graves, ambos británicos y escritores de mayor enjundia y fuste que el autor de “las uvas de la ira”.

    Un cordial saludo.

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