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Pierrot el loco

Pierrot el loco (Pierrot le fou) es una película francesa dirigida por Jean-Luc Godard en 1965 y protagonizada por Jean-Paul Belmondo y Anna Karina.

pierrot el loco pierrot le fou posterBelmondo es Ferdinand Griffon, alias Pierrot, un profesor que decide fugarse con Marianne, la niñera de sus hijos, para emprender un viaje por Francia, lleno de conversaciones sobre la vida, el amor, y también cometiendo pequeños delitos mientras escapan de unos terroristas que persiguen a la mujer.

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Así contado, parece algo divertido, emocionante y sí, como dice el título, de locos. Pero, en el fondo, la diversión es subjetiva, así como la emoción, cercana al surrealismo, y todo esto, mezclado de una manera muy experimental, sobre todo en términos narrativos, hacen  de ella una película un poco loca y vanguardista, que era lo que Godard buscaba sin ningún complejo, y también era algo que estaba muy de moda entre cineastas y público por aquellos tiempos, sobre todo en Francia. Hoy en día no es así, y ni los autores buscan esas extravagancias ni el público está tan dispuesto, salvo contadas excepciones, a asumir películas tan experimentales.

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Pero el encanto y lo genuino con que aquí se nos muestran estas vanguardias tan típicas de la nouvelle vague hacen de Pierrot el loco, al menos para el público no demasiado palomitero, un título de culto que es curioso y gracioso de ver, sobre todo lo primero, y que puede que provoque reacciones que, tal vez no son las pretendidas originalmente por Godard, pero que también son genuinas, así que seguro que no hay demasiadas quejas. Porque de eso se supone que trata el cine de este estilo, ¿no? De provocar reacciones y respuestas, buscando el lado más artístico, y dejando aparte la parte industrial o recreativa.

Pero, más allá de un simple visionado, los expertos y críticos se rinden ante esta película desde hace décadas, considerándola la obra más extrema de Goddard y alzándola al olimpo de esas películas que desafían las convenciones narrativas impuestas (o no tan impuestas) por el cine americano.

Lo dicho, no es para todos los públicos, pero sí para aquellos que quieran satisfacer, al menos mínimamente, una pequeña curiosidad cultural e histórica o, simplemente presumir en una mesa cual gafapasta barbudo.

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C’est fini.

2 comentarios

  1. Luis Betrán dice:

    Respuesta de un gafapasta barbudo de 67 años (y a mucha honra).

    JEAN-LUC GODARD

    «El nulo encanto del falso anarquista con la cámara»

    Godard era ya en 1966, el padre y aún la madre, del cine moderno. Al menos eso decían en «Cahiers du Cinéma» y en la sucursal piojosamente celtíbera «Film Ideal» (1). Para España un descubrimiento en la «primavera de Praga». Para determinados cinéfilos, el primer héroe «a pasar la frontera» en unos años en los que el turismo cinematográfico no era moneda de cambio. Para Louis Aragon «Godard era el Cine». Para la crítica de izquierdas (Positif/Nuestro Cine), un farsante intolerable que conseguía el milagro de hacer aburridos a los Rolling Stones. Para el público, un pequeño agresor del cine clásico. En 1966, Godard ya era muchas impresiones, insultos o alabanzas en lo absoluto.

    La trayectoria de este «anarquista simpa» en la jerga de «Salut les copains», va por completo ligada a la remake política del general De Gaulle. En paralelo, Godard desarrolla otra V República Cinematográfica y resulta ser el listo y el intelectual, el amante de las buenas costumbres del clasicismo americano y el destructor de las mismas. Una fecha clave en la moderna historia de francia metamorfoseará la vida y milagros de ambos: el ya legendario mayo de 1968 (pero menos). De Gaulle favoreció una sociedad, un estado de ideas, sobre todo en la juventud, que con la inapreciable colaboración de Malraux, halló su culminación en el «joli mai». Godard arribó a esa fecha «a bout de souffle». Como un nuevo Poicard, el cineasta suizo-francés llegaba desnudo con una cámara ante las multitudes del barrio latino a filmar lo que probablemente era la apoteosis de su mundo cinematográfico. No filmó nada, lo hizo por él Chris Marker pero, ¡¡helas!!, con Godard en primera fila para que se comprobase lo rojo que era. En las calles de las barricadas acabaron por difuminarse los personajes que soñaban un mundo «á part». Fue el fin de la generación de Nana («Vivre sa vie») y del resto de bobas/bobos, Fue para Godard un punto de inflexión a partir del cual, como si su peculiar universo hubiera perdido la razón de ser – de hecho había detenido su motor de la Historia -, solo el despiste y la marginación serán los atributos que acompañaran ya su obra.

    Godard vivió un cine de fiebre y hielo. No supo o no quiso que la pasión de sus admirados maestros americanos inundara su obra. Su rebelión sentimental, o calculada, consintió en romper la estética que amaba el intelectual burgués, pero con una particularidad sorprendente. Manifestando en todo momento que esa estética había sido la esencia última de su conformación cinematográfica. Fingía destruir una estética de la cual había sido su mayor defensor. La ética no puede ni mencionarse en el caso de Godard: no existió, ni existe, ni existirá. Así sus películas a veces son retazos descoloridos de obras anteriores a las que previamente había quitado la luz y el color para rellenarlas no con sus obsesiones particulares, que Godard no pareció tenerlas, sino con el deseo de construir el héroe nuevo sobre las cenizas del antiguo, pero sin que jamás mirara hacia atrás con ira.

    Sus personajes, infantiles o adultos, seres del mundo de los fans de Johnny Hallyday o Claude François, parecieron lectores de L’Equipe o Salut les Copains, poseídos al pronto por una fiebre trascendentalista por la cual iban a actuar en el mágico mundo de la acción. Se sienten conscientes de ser imitadores de Humphrey Bogart (A bout de souffle) o de la mentada protagonista de «Vivre sa vie». La otra cara de los viejos héroes, más cansados y por contradicción mas infantiles que nunca, jugando a llevar a sus ultimas consecuencias algunos aspectos de los originales. Y es que para este filósofo de la rebeldía de cuatro paredes y una pantalla, las mas de las veces la vida imita al arte, y su obra, pacientemente doméstica al gusto francés, a los auténticos «losers» (2) de las calles de Amerika. Y todo ello para que el resultado final produzca asombro a quienes aguardan eternamente la revolución de la estética y las costumbres. Revolución que no vino de este espíritu inquieto que, no hay razones de peso para negárselo, supo inventarse una nueva narrativa, un cine de la nada, ser hijo del momento en que surgió como presunto artista, y decir que antes que él existió el existencialismo y Nicholas Ray (el John Huston de la ingenuidad) y otros muchos con los que vivió un perenne sueño de adolescente que pensaba (o calculaba, otra vez) revolucionar su medio provisto, a decir de sus exégetas, de un impertinente talento, pero, a no decir por sus exégetas, con unas armas que procedían de una amable visión de la cultura popular antes que de cualquier agresividad inherente al empeño.

    1) «A bout de souffle» no dejó de ser una influencia efímera. La revolución de la narrativa vino de la mano de Michelangelo Antonioni y «L’avventura»………..y dura hasta 2012 y quién sabe hasta cuando.

    2) Lamento el uso de anglicismos horribles pero nuestra España actual, amén de franquista, no es un estado independiente. Es una colonia U.S.A.

    Pdta: De Godard tan solo aprecio, y sin entusiasmo, «A bout de souffle», «Vivre sa vie», «Le mépris», «Weekend», «Notre musique» y ………»Pierrot le fou», pero hace muchos años que no lo comento en ninguna mesa.

    1. pelicultista dice:

      Genial tu comentario, maestro. Muchas gracias!

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