Pozos de ambición (There will be blood) es una película de Paul Thomas Anderson, o eso pone en los créditos. Y también pone que sale Daniel Day-Lewis como Daniel Plainview, el protagonista. Qué dos nombres, de los que por sí solos llevan a millares de espectadores a las salas de exhibición.
Pero parece que éste no fue el caso. Pozos de ambición no fue una película taquillera, al menos no en esceso, aunque sí obtuvo el respaldo de la crítica y del espectador del mercado casero. Porque Pozos de ambición es una película con una duración considerable, sobre una historia bastante densa y seria de personas que se hacen y deshacen a sí mismos. Pero, a la vez, Pozos de ambición no es una película que se haga larga ni pesada y, aunque hayamos visto muchas historias de personajes que se hacen y deshacen a sí mismos, no nos da la impresión de estar viendo algo demasiado manido o anticuado.
No vamos a mentir tampoco. La base de Pozos de ambición es una novela de los años veinte del siglo pasado, con personajes que, aunque sacados de la ficción, seguro que no se alejan tanto de algunos sujetos de los que pulularon por el territorio americano en busca de petróleo y de una salvación más espiritual que económica. Es, en ese sentido, un relato típico para una película del Hollywood más clásico, más señorial, sin alardes de ningún tipo más que el arte de saber contar historias con empaque, que no es nada fácil, y que hoy en día suele escasear entre las propuestas que nos llegan a la cartelera.
También cobran especial importancia las interpretaciones de los dos protagonistas; el ya citado Day-Lewis y Paul Dano que, como antagonista, demuestra estar a la altura de uno de los actores más laureados en la historia del cine. Y es que Daniel Day-Lewis no es precisamente uno de esos actores que se maten a hacer varias películas cada año, ni siquiera todos los años, pero cuando asoma la patita no lo hace para pasar desapercibido precisamente.
Por eso aprovechó esta oportunidad para deslumbrar como hombre duro y bigotudo, no tan violento como el de Gangs of New York, pero lo suficiente como para llevarse el que fue su segundo Oscar, completamente merecido.
No fue éste el único de la película, que también ganó a la mejor fotografía y se dejó seis categorías en la sala de nominaciones, pero sí el más significativo. Aunque pocos recuerdan el Globo de oro a mejor drama, el BAFTA a Day-Lewis, o cualquiera de los otros ciento y pico galardones que se llevó. Porque no todo es llevarse estatuillas doradas, cuya cantidad suele ir apoyada también en cantidad de espectadores ansiosos de puro entretenimiento.
Aquí estamos hablando de otro tipo de cine, del que se paladea como una copa de vino, y no se engulle como palomitas de maíz.
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