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Trainspotting

Trainspotting consiste en perder un buen rato de la vida observando trenes pasar. Bueno, también consiste en perder una buena parte de la vida buscando las venas para inyectarse heroína. Aunque yo prefiero quedarme con el buen rato que proporciona ver la película del mismo nombre.

Dirigida por Danny Boyle en 1996, esta película provocó un gran impacto por su estilo directo a la hora de tratar el problema de las drogas en la juventud. Gracias a su ritmo narrativo, a unos actores descarados y a una banda sonora que encaja perfectamente en todos los momentos críticos, la gente la adoptó desde muy temprano como un título de culto.

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De qué va Trainspotting

Renton (Ewan McGregor) ha elegido ser heroinómano en lugar de tener una familia normal, un trabajo estable y una vida cotidiana. Su entorno social es deprimente. Spud (Ewen Bremner), Sick Boy (Johnny Lee Miller) y Tommy (Kevin McKidd) son también unos yonkis, y el quinto en discordia, Begbie (Robert Carlyle), aunque no se mete nada, es uno de los personajes más violentos que pisan la calle. Menuda colección de amigos.

Así tampoco resulta fácil desengancharse de las drogas, aunque Renton tiene una pequeña voluntad para ello. El conflicto llega cuando nosotros, los espectadores, comenzamos a percibir ese estilo de vida en nuestra propia mente, para bien y para mal. Todas las sensaciones, sentimientos y consecuencias nos van atravesando las venas, para llegar al cerebro a través del corazón, y dejarnos en shock, como si fuéramos un tirao más del grupo de Renton. Corremos con ellos cuando nos persiguen, nos evadimos cuando se colocan, nos excitamos cuando se pelean y sufrimos cuando llegan las desgracias. Porque éstas tienen que llegar, obviamente, al igual que el cántaro se rompe de tanto ir a la fuente.

Mucho del mérito de esta película es de Danny Boyle, que pule un estilo bien definido y efectivo, muy llamativo en los años noventa y que sigue ejerciendo su influencia en los años actuales. Pero también Irvine Welsh tiene su parte de responsabilidad, ya que fue él quien escribió la novela Trainspotting en 1993. Por cierto, que también interpreta un pequeño papel de camello en la película. No podría haber elegido mejor.

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En conclusión, pocas películas son tan divertidas, directas y representativas de un modo de vivir y de una época como lo es Trainspotting. El Pelicultista la recomienda con todas sus fuerzas, no por ese modo de vivir, pero sí por todo lo demás. Benditos años noventa.

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