Zatoichi es una película japonesa dirigida por Takeshi Kitano en 2003, y protagonizada por él mismo. Y también es la culminación a una serie de películas y series de televisión basadas en el mismo personaje que aquí encarna Kitano, y que originalmente era interpretado por Shintaro Katsu.
Para los que no lo conozcan, Zatoichi es un vagabundo ciego, que se gana la vida dando masajes y también apostando a los dados. Cabe decir que, a pesar de su ceguera, es una persona extremadamente hábil y pícara, por lo que muchos que intentan aprovecharse de él salen escarmentados. Pero lo que muy pocos saben es que, a su vez, Zatoichi es un gran maestro con el manejo de la espada.
En esta ocasión, Zatoichi llega a un pueblo donde los habitantes sufren la presión de lo que comúnmente llamaríamos mafia local, y tras entablar amistad con gente de allí, decide quedarse y ayudarles a pelear por lo que es suyo.
Si bien Takeshi Kitano suele ser relacionado con el cine de acción, mafia y violentas peleas, en muchas ocasiones ha demostrado su valía en otros géneros cinematográficos. Además, es uno de los cineastas japoneses más polivalentes en cuanto al rol que puede desempeñar, ya que no sólo es un gran director y guionista, sino que también es un estupendo actor que se maneja a las mil maravillas en esos papeles dramáticos pero con toques de comedia y humor.
No es Zatoichi una excepción a ninguna de estas cosas. Sin descartar las escenas de lucha, tampoco supone una cinta únicamente de acción, y el personaje, aunque ya conformado en obras anteriores, sigue caminando entre los renglones del drama y la comedia.
Además de lo interesante que puede parecer la premisa argumental a priori, nos encontramos ante una película que es toda una obra de arte en cuanto a lo visual, lo musical y lo rítmico. La ambientación de ese Japón medieval, muy costumbrista y muy natural, con una fotografía absolutamente espectacular y una integración de todos los elementos que salen en pantalla con un fin en común logran momentos esplendorosos que se nos quedarán grabados en la memoria sin remedio.
Y no, lo que digo no es por decir, sino que es justamente merecido. Como así lo fueron los numerosos premios que fue cosechando por festivales de todo el mundo, entre ellos Toronto y Venecia, por citar alguno de los más prestigiosos.
Una gran película, uno de los títulos más recomendables de Kitano, y un par de horas bien aprovechadas que, seguramente se repitan, tarde o temprano, para todos los que caigáis en sus redes. O bajo su espada.
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